martes, 8 de abril de 2008

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Por orden del Señor los tres demonios de Papilogna quedaron liberados de sus complejos sexuales y sus cuerpos y almas fueron empujados por un sendero mortífero. Esta es su historia.

“Vientre mío… vientre mío… ¿Qué es esto que dejaste crecer aquí?”.
Esas fueron las últimas palabras que pronunció la yegua blanca antes de morir, antes de parir a esos tres engendros en un campo estéril cerca de Belleville, provincia de Córdoba. Entonces el cielo se tiño de un color fecal amarillento, los animales comenzaron a copular con otras especies y las verduras subieron desmedidamente de precio. El caos se había apoderado de la ciudad mediterránea.
Los tres demonios de Papilogna crecieron, experimentaron con todo aquello que tuviera un orificio sin importar tamaño, consistencia o fetidez del mismo. Cada vez que se acercaban a una granja, los animales comenzaban a enloquecer, la timidez anal de los pavos reales se estremecía con cada paso. Eran los dueños del silencio, de la sangre y de la leche. Competían entre ellos para distinguir quién producía más rechazo entre los hombres, más espanto entre las mujeres, más estrechez rectal entre las vacas.
El Señor, tranquilo, observaba todo.
(Texto aparecido en un EP nunca realizado bajo el nombre de "Los tres demonios de Papilogna" de la banda Enace. Más información en www.enlacerock.com)

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