Había una vez una princesa divorciada de 34 años que decidió
entrar en una etapa de promiscuidad ya que solo había conocido el órgano sexual
de su marido, que por una extraña enfermedad había quedado verde y sin bolsa
escrotal. Además él era un holandés rubio y desabrido con mucha cara de boludo.
Máxima, la princesa, sacó un pasaje para córdoba capital
porque le habían dicho que en esa ciudad a los hombres les gustaba mucho hacer
chistes y penetrar personas. Pero a mitad de camino, el colectivo muerde la banquina
y vuelca a un costado de la ruta.
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