clown (+ Artaud)

Y ustedes, locos lúcidos, enfermos, cancerosos, meningíticos crónicos, son unos incomprendidos. En ustedes existe un punto que ningún médico comprenderá jamás, y para mí es precisamente ese punto el que los salva y los vuelve augustos, puros, maravillosos: ustedes están fuera de la vida, están encima de la vida, tienen males que el hombre común no conoce, superan el nivel normal, y eso es lo que los hombres no les perdonan, ustedes envenenan su quietud, son disolventes de su estabilidad. Tienen irreprimibles dolores cuya esencia es ser inadaptable a algún estado conocido, inajustable a las palabras. Tienen dolores repetidos y huidizos, dolores insolubles, dolores que están fuera del pensamiento, dolores que no están ni en el cuerpo ni en el alma, pero que tienen algo de ambos. Y yo participo de sus males, y les pregunto: ¿quién se atrevería a medirnos el calmante? ¿En nombre de qué claridad superior, que es nuestra propia alma, a nosotros que estamos en la misma raíz del conocimiento y la claridad? Y esto por nuestras instancias, por nuestra insistencia en sufrir. Nosotros, a quienes el dolor hizo viajar en nuestra alma en busca de un lugar de tranquilidad donde aferrarse, en busca de la estabilidad del mal, como los otros buscan en el bien. No somos locos, somos médicos maravillosos, conocemos la dosificación del alma, de la sensibilidad, de la médula, del pensamiento. Tienen que dejarnos tranquilos, tienen que dejar tranquilos a los enfermos, nada pedimos a los hombres, sólo les pedimos el alivio de nuestros males. Hemos evaluado convenientemente nuestra vida, sabemos de las restricciones que implica frente a los otros, y sobre todo frente a nosotros mismos. Sabemos a qué deformación consentida, a qué renuncia de nosotros mismos, a qué parálisis de sutilezas nos obliga cada día nuestro mal. No nos suicidamos en seguida. Mientras tanto, esperamos que nos dejen tranquilos.

1 de enero de 1925
-Antonin Artaud